Leidy Tabares es una niña de la calle de Medellín cuyo nombre recorrió el mundo. Sobrevivía vendiendo rosas de mesa en mesa. Fue la figura central de "La vendedora de rosas", una célebre película colombiana nominada para la Palma de Oro de Cannes (1998) que documenta la vida de los niños de la calle.Todos los protagonistas eran como Leidy y su dura vida estremeció al mundo. Su encanto y actuación le valieron el premio de mejor actriz en tres festivales internacionales. Por todo ello según informó "El País" de Madrid (25 enero de 2004) recibió sólo 1.000 euros. Un año después esta misma niña tuvo que volver a la calle a vender rosas.De los 17 niños actuantes en el film, nueve fueron asesinados. En las principales ciudades del Brasil grupos policiales o parapoliciales asesinan por día a tres niños de la calle, a quienes muchos clasifican de "desechables". En Honduras un promedio mensual de 50 niños y jóvenes menores de 23 años han sido asesinados extrajudicialmente en los últimos años.En la provincia de Buenos Aires el Ministerio de Seguridad emitió tiempo atrás una circular a los jefes policiales que tuvo que ser anulada rápidamente ante el repudio unánime que despertó. Ordenaba "poner a disposición de la justicia de menores (o sea encarcelar) a los niños desprotegidos en la vía pública y/o pidiendo limosna".Bruce Harris, director de Casa Alianza —una ONG con sede en Costa Rica, laureada entre otros con los premios Hilton y Gunnar Myrdal por defenderlos— los llama "los nuevos parias de la tierra". Estima que hay 40 millones de niños en América latina viviendo en la calle o trabajando en ella. Es incuestionable que detrás de todo esto está la necesidad de sobrevivir, familias quebradas y la exclusión social.En México, Bolivia, Perú y Ecuador trabajan el 20% de los niños menores de 14 años. En Brasil se estima que hay 2 millones de niños trabajando; en Argentina, 1.500.000; en Centroamérica, 1.300.000. Sus ingresos son misérrimos.Los niños que viven en la calle en muchas ciudades de América latina duermen en edificios abandonados, debajo de puentes, en portales, parques, alcantarillas. Trabajan o son explotados como limpiaparabrisas, tragafuegos, recolectores de basura, mendigos. Su salud y nutrición son muy precarias están indocumentados.Son víctimas preferidas del comercio sexual, que ha ido creciendo. Ejemyplos: las recientes denuncias sobre bandas de esclavitud sexual en la Capital Federal, y el intento de asesinar a una jueza que está investigando mafias dedicadas a la prostitución infantil en la provincia de Buenos Aires.También ha crecido el tráfico de niños que son robados para el mercado sexual o la explotación. Según la ONU, la trata de personas es uno de los negocios del crimen en mayor expansión, y se ha elevado fuertemente en países como Colombia, Brasil y República Dominicana. Una película brasileña laureada, "Estación Central", denuncia una de sus expresiones más brutales, las bandas de robo de órganos de niños. A todo ello se suma la utilización de los niños por los grupos de la droga.En estas condiciones, vivir en la calle es casi vivir en el infierno. Y así lo testimonian recientes estudios sobre los altos niveles de depresión psíquica, búsqueda de salida a través de los pegamentos y otras drogas, y finalmente suicidios en esta población infantil desesperada.AcorraladosDetrás de este cuadro, que vulnera todas las convicciones éticas de nuestras sociedades, cuyas creencias religiosas y morales reclaman dar afecto y protección a los niños, se hallan el avance de la pauperización y de las inequidades en la región, y su impacto destructivo sobre las familias. Estos niños están pagando los costos de políticas insensibles: la reducción de las coberturas sociales, la caída en la pobreza de muchas familias que antes pertenecían a la clase media, la polarización social.Una sociedad que excluye y una familia desarticulada por estos impactos los empujaron fuera de todas las estructuras. Es muy cómodo llamarlos "niños de la calle", pareciera que es como si ellos hubieran decidido vivir en ella, y hay quienes calman su conciencia con esa racionalización. Las investigaciones indican lo contrario. Están allí porque han sido acorralados, casi expulsados por la sociedad y abandonados.Se impone buscar salidas a esta situación éticamente intolerable. Hay quienes muestran el camino. UNICEF ha elevado continuamente a los gobiernos propuestas concretas, e indicado vías para financiarlas, entre ellas la reducción del gasto militar.Organizaciones internacionalmente reconocidas como Casa Alianza y JUCONI (Junto con los niños) de México han mostrado que mediante programas orgánicos de protección, educación y reintegración familiar es posible rescatar a muchos de los niños. En la Argentina, entre otras instituciones ejemplares, Nuestros Hijos (Ieladeinu), de la comunidad judía, ha devuelto la dignidad y recuperado en poco tiempo a 300 niños en riesgo grave, y los voluntarios de otra ONG, "Las viejas del Andén", recorren diariamente las vías férreas y las estaciones de trenes en áreas del Gran Buenos Aires recogiendo y rehabilitando a los niños que viven en ellas. Se impone la necesidad de políticas públicas agresivas en este campo crucial, el fortalecimiento de las organizaciones actuantes y la movilización de la sociedad civil. La nueva gestión presidencial ha indicado sus intenciones al respecto de modo muy concreto, al destinar recursos crecientes a lo social (cerca del 80% del aumento de la recaudación fiscal de los últimos seis meses). Están dadas las condiciones para enfrentar el problema. Según estimaciones recientes, en la última década se han triplicado los niños de la calle en la Ciudad de Buenos Aires. ¿Seguiremos viendo impasibles a los niños arriesgar su salud haciendo acrobacias en los semáforos, jugando con fuego por unas míseras monedas, o actuaremos colectivamente para devolverles la esperanza?